Un mensaje extraño llegó al estudio de animación japonesa Toei Animation en febrero de 2017. El estudio, que hace la famosa historia de Dragon Ball, decidió crear nuevos personajes denominados "los dioses de la destrucción de los 12 universos". Uno de estos nuevos personajes tenía una cabeza de elefante. El parecido de este personaje con el dios Ganesha, despertó la indignación de varios clérigos hinduistas.
Raján Zed, líder del hinduismo, afirmó que la creación del personaje animado "[e]s una trivialización de nuestra venerada divinidad y una distorsión de nuestro adorado Señor Ganesha como dios de la sabiduría y removedor de obstáculos, el cual siempre es invocado antes del comienzo de cualquier empresa importante."
Tres meses más tarde en Rusia el joven Ruslan Sokolovski, de 22 años, fue declarado culpable de "insultar los sentimientos religiosos de los creyentes". Su blasfemia consistió en jugar Pokémon Go en una iglesia ortodoxa y difundirlo en un vídeo en internet. En su silenciosa grabación el joven no interrumpió ceremonia alguna ni impidió la entrada o rezos de las personas en el templo.
Dos años antes de que en la India se ofendían por una serie animada, en Arabia Saudita se condenaba a muerte a Ahmad Al-Shamri, por blasfemia. Shamri publicó en Internet unos vídeos donde criticaba al Islam y se mostraba escéptico sobre Mahoma como profeta. Este es el castigo actual, en el país que fue la cuna del Islam, por dudar de la existencia de Alá y de Mahoma como profeta.
Justamente la prohibición musulmana de retratar a Mahoma fue el origen del Día de la Blasfemia, que se celebra cada 30 de septiembre. Esta fecha es el aniversario de la publicación en 2005 de una serie de caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands Posten, que llevó a una serie de actos violentos por parte de musulmanes en diferentes partes del mundo.
Pero, ¿por qué blasfemar? ¿Por qué no quedarse callado para evitar molestar a los musulmanes, pastores y creyentes? Porque renunciar al derecho a expresarse libremente es claudicar ante los dogmas. Es la victoria del fundamentalismo sobre la razón, de la teocracia sobre la pluralidad, pero más grave aún, es perder una esencial libertad humana. Fue precisamente el encargado del Jyllands Posten en los días de las caricaturas de Mahoma, el periodista Flemming Rose, quien presentó una brillante sustentación al derecho a blasfemar. "Si un creyente exige que yo, que como no creyente, observe sus tabúes en el ámbito público, no está pidiendo mi respeto sino mi sumisión", afirmó.
Fuente BuzzNigeria |
Sin posibilidad de criticar a la religión, sus libros, dogmas y clérigos - lo que llaman blasfemar - el pluralismo y la democracia se desvanecen. Sin poder blasfemar la sociedad se encamina a la eliminación de las minorías religiosas y no religiosas, se crea un caldo de cultivo propicio para que sistemas de pensamiento autoritarios se arraiguen en la sociedad, se evite el disenso, se idolatren a los clérigos, especialmente a los que se meten en política, y se impida posteriormente el control ciudadano a las instituciones. Sin el derecho a blasfemar las sociedades se encaminan a la teocracia, con todo lo negativo que esto implica para las libertades individuales. Blasfemar es sinónimo de ser libre para expresarse, de poder levantar la voz y señalar el poder clerical como un poder que puede ser cuestionado; y sus dogmas como ideas que pueden ser debatidas como cualquier otra.
La blasfemia, que tanto ofende a los religiosos no tiene espacio en el corpus jurídico de una democracia actual. Es propia de las teocracias, como bien lo ilustran Arabia Saudita e Irán. En las naciones con libertad de expresión es posible criticar las instituciones y personalidades de la política, la economía, las artes y también, ¡y por qué no! de la religión.
Muchos políticos han aprendido que el precio de vivir en democracia incluye el poder ser criticados libre y abiertamente. Sólo los tiranos castigan las mofas y chistes políticos, como lo muestra magistralmente el personaje Adam Sutler, el tirano de la película V de Vendetta. Justamente la pretensión de cada credo de ser asumido como el único verdadero, hace que estos sean reacios a aceptar críticas o burlas. Esto es así porque al burlarse de una doctrina o líder religioso, parte de su poder se desvanece en la mente de los ciudadanos. Las limitaciones a la libertad de expresión fueron duramente impuestas por la Iglesia Católica, y por protestantes como Juan Calvino, cuando gobernó a Ginebra. La libertad de expresión sigue siendo atacada fuertemente en los países de mayoría musulmana, especialmente en Irán, Egipto y Arabia Saudita.
Lluís Bassets, periodista catalán, afirma que "Los dioses y los libros sagrados, las religiones y los dogmas, como los personajes históricos y los mitos, las patrias y las banderas, no tienen derechos ni deberes como los tienen los ciudadanos individuales. No se puede atentar contra el honor de Buda o de Confucio, de Napoleón o de Garibaldi, de Jesucristo o de la Santísima Trinidad."
Precisamente como las ideas religiosas, no tienen derechos ni deberes, es falso que "las ideas deben ser respetadas". Argumento que se ha hecho frecuente cuando un incrédulo lanza una crítica a un dogma, pastor o iglesia. De hecho este enunciado encierra una contradicción lógica. Si todas las ideas debieran ser respetadas, también lo debería ser la idea "las ideas pueden criticarse y ser objeto de burla", pues esta también es una idea.
El error en el argumento del respeto a las ideas religiosas consiste en atribuirle a las ideas una propiedad que no le corresponde, como lo es la respetabilidad. Las ideas pueden ser ciertas, falsas o parcialmente ciertas, con evidencia o sin ella, pero, nunca inmunes a ser examinadas.
Las ideas no se respetan o se irrespetan, porque de ser las ideas incuestionables no podrían probarse las hipótesis y el avance del conocimiento sería imposible. Si la idea "las enfermedades infecciosas se deben a la ira divina", hubiese tenido que ser respetada, nunca habríamos llegado a la teoría microbiana de la enfermedad. Las ideas religiosas no están, ni pueden estar, por fuera del escrutinio de la razón, porque eso es censura y mordaza a la libertad de expresión.
Los clérigos han creado una burbuja de inmunidad alrededor de los pastores, curas, dogmas o libros que consideran que no se pueden cuestionar. Para muchos racionalistas, ese halo de inmunidad que han creado, no solo es malsano para el pensamiento racional, sino que evidencia la debilidad de sus postulados.
Muchos religiosos con molestia, y hasta con ira, se enfadan cuando hay críticas o burlas. En no pocas ocasiones envidian la intolerancia de los fundamentalistas musulmanes. A esto se ha denominado "la envidia de la sharia". Ejemplo de este fenómeno lo dio recientemente el pastor evangélico Dawlin Ureña, quien comentando la prohibición en Malasia del juego de vídeo "Fight of Gods" declaró: "Una cosa buena tienen los musulmanes. ¡Qué no le aceptan a los liberales todas sus vagabunderias!
Los cristianos que ven con envidia la sharia o ley musulmana dejan entrever el verdadero carácter inquisidor que subyace bajo su fe. "Si pudiéramos encarcelarte o desaparecerte por burlarte de nuestra fe, con gusto lo haríamos", es lo que se lee entre líneas.
Muchos líderes religiosos piden que al acercarnos al terreno de las creencias sobrenaturales, lo hagamos con cuidado, guardando reverencia a los dogmas y los entes por ellos adorados, como si fuéramos otros creyentes. Bajo este supuesto los musulmanes piden en Europa que los no musulmanes se abstengan de dibujar a Mahoma, los hinduistas a que no se usen a un dios con cabeza de elefante en las series animadas; los católicos a que no hayan películas, representaciones u obras con Jesús o la Virgen; los cienciólogos a que no cuestionen a Ronald Hubbard; los judíos ultraortodoxos se negarán a sentarse al lado de una mujer en un vuelo comercial; y los evangélicos pedirán que no cuestionemos a sus pastores o la Biblia en público. Adventistas y mormones por igual pedirán respeto por las figuras de Elena G. de White y José Smith, a quienes consideran sus profetas verdaderos.
Si un incrédulo presenta una crítica o burla, los religiosos procederán a jugar la carta de los sentimientos heridos y alegaran violación a la libertad de culto. Pero ¿es así? La libertad de culto no se viola mientras que a un ciudadano creyente no se le impida congregarse y difundir su credo. No hay violación a la libertad de culto mientras no se interrumpan sus cultos y ritos en sus lugares de adoración. Ya en el espacio público, en las calles y medios de comunicación; de forma escrita, oral o digital; ya sea en el cine, teatro, los ciudadanos libres seguiremos cuestionando las creencias religiosas y las instituciones que las sustentan, negándonos a conceder un tratamiento privilegiado a la religión. El período de la historia cuando la religión tenía un tratamiento privilegiado y se hizo intocable e incuestionable se llamó precisamente la edad de las tinieblas.
Por todo lo anterior, ¡bienvenido el derecho a blasfemar!.