Entrevista a Albert Saber por Francisco Carrion para El Mundo.es
Albert Saber
no cree en dios pero habita una tierra donde dios anda en boca de todos y está en todas partes. Un tribunal de El Cairo le condenó en diciembre a
tres años de prisión por hacer
apología del ateísmo, ofender a las religiones e
insultar a los profetas. "No soy un criminal pero he sido juzgado y condenado por mis creencias", declara a ELMUNDO.es Saber,
en libertad bajo fianza hasta que la justicia resuelva el próximo sábado la
apelación presentada contra el veredicto.
Este incrédulo de 27 años, miembro de una familia cristiana copta, se ha convertido en icono del martirio que padecen quienes ventilan su rechazo a los dogmas en un país donde musulmanes y cristianos comparten un sentimiento de profunda religiosidad. "He sufrido la opresión de la cárcel simplemente por expresar mi opinión sin ofender a nadie", relata Saber.
El
estudiante de Informática, que participó en las revueltas que hace dos años forzaron la renuncia de
Hosni Mubarak, inauguró su penitencia carcelaria el 13 de septiembre
por un simple rumor.
Los vecinos del
barrio cairota de Al Marg le acusaron entonces de divulgar en internet
'La inocencia de los musulmanes', el burdo filme contra Mahoma que inflamó la región. Alentada por la presunta herejía, una turba se arremolinó junto a su vivienda y la policía -en lugar de socorrerle- tramitó la denuncia popular. "Durante el juicio ya dije que no tenía nada que ver con la película.
Si me han condenado es porque han juzgado mis ideas", sostiene el joven.
A lo largo del proceso no se hallaron pruebas de que el reo difundiera la cinta. "Eligieron un buen momento para señalarme. El Estado aprovechó la ira que sentía el pueblo por la película para condenarme", lamenta. "Los únicos vídeos que he llegado a publicar son fragmentos de mis conversaciones con musulmanes y cristianos sobre religión y división sectaria".
La penitencia callada de los ateos
Sin embargo, la simple manifestación pública de su agnosticismo es unescándalo en la tierra de los faraones, donde la fe monoteísta se lleva incluso en el documento de identidad. El artículo 98 del Código Penal, enmendado en 2006 y ampliamente usado para perseguir a opositores y librepensadores durante la dictadura, establece entre seis meses y cinco años de prisión para quienes difundan "por escrito o cualquier otro medio, ideas extremas con el fin de incitar a la lucha, burlarse e insultar una religión o dañar la unidad nacional".
"Egipto es un estado religioso y represivo. El sistema controla a la gente y castiga a quien se rebela", opina Saber. La caída de la autocracia y el triunfo en las urnas de un presidente islamista han ahogado la esperanza de un rápido despertar. "No es diferente del antiguo régimen. Las armas habrán cambiado pero los dos son gobiernos represivos".
Vivido de puertas hacia dentro, el ateísmo es un acto minoritario carente de estadísticas. "En Egipto (con 82 millones de habitantes) hay unos 100.000 ateos que tienen miedo a declararlo en público por las represalias", explica a este diario el activista Maikel Nabil, encarcelado en marzo de 2011 e indultado el pasado enero por la Junta Militar tras protagonizar más de 100 días de huelga de hambre. "Hasta la fecha, quienes han expresado su agnosticismo han sido perseguidos. Antes de la revolución, Karim Amer pasó 4 años entre rejas por insultar al islam", recuerda.
La
nueva y polémica Constitución, con su censura explícita del insulto a individuos y profetas, refuerza la cruzada contra la blasfemia.
"Tiene la misma ambigüedad que el Código Penal y puede ser empleado según convenga", opina Saber desde la sede de una asociación cairota entregada a defender las libertades de pensamiento y expresión. "El caso de Albert no es el primero ni será el último", advierte Ahmed Ezzat, uno de los abogados que ha defendido al joven en un proceso marcado –a su juicio- por las irregularidades.
"No hay pesquisas que le inculpen pero es la palabra del fiscal", insiste Kariman Meseha, la progenitora de Saber. Cristiana practicante, esta madre coraje ha aprendido en los últimos meses a resistir el dolor. "Nos echaron de casa y aún no hemos regresado. Los jóvenes que propagaron el rumor siguen vigilando en la puerta", cuenta.
"¿Por qué esta sentencia? Nadie está libre en Egipto", zanja mientras observa el cuerpo macilento de su vástago. Pero ni las cicatrices de la cárcel ni la amenaza de una fugaz libertad apocan la fe guerrera de Saber: "La prisión me ha dado más fortaleza. Durante la dictadura, salí a la calle y grite ¡Abajo Mubarak! frente al cuartel de la Seguridad del Estado. Ahora no pienso dejar de luchar por la libertad de expresión".