En la actualidad cualquier persona educada sabe que el ser humano es un mamífero, primate y homínido. También se sabe que la especie humana apareció por un proceso evolutivo, que nos remonta a un ancestro simiesco, y mucho más atrás hasta una célula procariota. Hoy en día la genética, la anatomía y la embriología comparadas, junto con la paleontología nos permite conocer nuestros orígenes.
Pero esto no siempre fue así. Durante la mayor parte de la historia humana la humanidad se explico sus orígenes desde el mito religioso. Esta serie de artículos mostrará el camino que recorrimos para conocer nuestro pasado.
Parte 1 - El descubrimiento de los primos evolutivos.
Los grandes simios, esos primates con los que compartimos la mayor parte de nuestros genes, fueron desconocidos por los europeos antes del Medioevo. Sin embargo, Cartago, la ciudad norteafricana que rivalizó con Roma en la época romana, envió al almirante Hannon a explorar la costa africana para identificar localidades adecuadas para la fundación de nuevas colonias. Esto ocurrió en el 407 A.E.C. Según cuentan la obra Periplus Hannonis, el almirante llegó a la costa occidental de África y encontró grandes simios, a los que llamó salvajes:
“La mayor parte de ellos eran hembras con el cuerpo rugoso y peludo, que nuestros intérpretes llamaban gorilla. Los perseguimos. Tres de sus mujeres, que no querían por ninguna razón seguirnos, se rebelaron contra nuestra gente mordiéndola y arañándola al grado que tuvimos que matarlas. Las desollamos y llevamos las pieles a Cartagena.”
Según Plinio, el escritor latino, las pieles permanecieron en la ciudad hasta que los romanos la destruyeron. Es probable que los cartaginenses hayan capturado gorilas o chimpancés. Con exactitud no lo sabemos. Pero el mundo mediterráneo tenía conocimiento de otros primates. Más precisamente de los monos de Berbería, que la Biblia menciona en Primera de Reyes, además de los babuinos y cercopitecos que conocieron los egipcios. No obstante, estas dos últimas especies no hacen parte de la familia Hominidae, cosa que si ocurre con los grandes simios.
Aristóteles, colocó justo debajo del hombre al mono de Berbería (Macaca Sylvanus), porque era el que más se parecía al hombre, quien estaba un peldaño más arriba de su “escala”. Tres siglos después Plinio, en su obra Naturalis Historia, hace mención de un gran simio con manos y pies de aspecto humano, proveniente de Etiopía y que se expuso en Roma durante los juegos organizados por Pompeyo.
También en la época romana sobresale el poeta épico Quinto Ennio quien asombrado por el parecido del mono de Berbería exclamó: «El simio, la más vil de las bestias, ¡cómo se parece a nosotros!»
Y el parecido no solo resultó ser superficial. En el segundo siglo de la Era Común, el médico Galeno de Pérgamo, realizó disecciones en monos para conocer su anatomía. Lo que pareció curioso es que la anatomía humana resultó muy parecida a la del mono. Galeno demostró como diferentes músculos son controlados por la médula espinal, identificó siete pares de nervios craneales, demostró las funciones de los riñones y la vejiga, descubrió las diferencias entre venas y arterias, además de demostrar que por las arterias circula sangre, y no aire como se creía anteriormente, entre otras cosas.
Hoy sabemos que estas características las poseen varias especies porque las heredaron de un ancestro que las desarrolló por primera vez.
¡Cuál habría sido el asombro de Aristóteles, Ennio, Plinio y Galeno de haber conocido a los grandes simios!
Durante la Edad Media no hay referencia alguna a los simios. Solo hasta el inicio de la exploración mercantil y militar de la Era Moderna, que se dio gracias al espíritu inquisitivo que hizo parte de la mentalidad burguesa, se conocieron en Europa relatos y las primeras ilustraciones de grandes simios con aspecto y estatura similar a la humana. Estos seres recibieron el nombre de pongo, engeco, insiego, quoias-morrou, drill, y barris. Sin embargo, las ilustraciones de estos seres son poco exactas y muestran seres muy humanizados.
La apertura de los europeos al mar trajo el conocimiento de los grandes simios.
El primer relato proviene de un marinero portugués llamado Duarte López quien narra la presencia de grandes antropomorfos en las playas de Songan, hoy Zaire. Por su descripción parece ser que observó chimpancés. Estos relatos son llevados a la imprenta en 1598.
Más detallado, pero sin ilustraciones fue el relato del marinero inglés Andrew Battell, quien reportó la existencia de gorilas y chimpancés, así también como la existencia de humanos pigmeos. Battell llamó a los chimpancés “engecos” tomado de una lengua local. Su relato sale a la luz en 1613.
Con sorpresa un médico inglés llamado Edward Tyson realizó en 1698 la primera disección de un chimpancé. Tyson publicó sus resultados en un libro titulado "Orang-Outang, sive Homo Sylvestris: or, the Anatomy of a Pygmie Compared with that of a Monkey, an Ape, and a Man". En esta obra Tyson llega a la conclusión de que el chimpancé se parece más al ser humano que a los monos.
Luego vendría el famoso anatomista holandés Nicolaes Tulp, hecho famoso por Rembrand en el cuadro “Lección de anatomía” Tulp hace una detallada descripción de un chimpancé joven y añade una ilustración fiable en 1641 en la obra “Observaciones médicas”
Pero llegado ya el siglo XVI el sueco Carlos Linneo se tomaría el trabajo de clasificar plantas y animales, y tuvo que vérselas con los primates no humanos.
Así como por sus características anatómicas similares, los lobos y los chacales hacen parte de una misma familia, Canidae; los orangutanes, gorilas, chimpancés y humanos hacen parte de la misma familia, Hominidae. Linneo no ubicó a los humanos y simios en la familia Hominidae, este seria un arreglo taxonómico muy posterior.
Linneo se percató de la gran similitud entre el hombre con el resto de los primates al examinar la anatomía de muchas especies de monos mientras estuvo en Holanda. Catorce siglos pasaron desde las disecciones hechas por Galeno. Y el sorprendente parecido anatómico llevaría a Linneo ubicar al hombre, a los monos y simios en un grupo al que denomino “Antropomorfa” que significa “con forma humana” en la primera edición de su obra Systema Naturae publicada en 1735.
Pero esta clasificación molestó a muchas personas. Los botánicos Johan G. Wallerius, Jacob Theodor Klein y Johann Georg Gmelin creían que poner al hombre en el mismo grupo con los simios rebajaba al hombre de su lugar especial gracias a sus atributos espirituales. Consideraban estos tres colegas de Linneo que esta clasificación traía incluidos algunos problemas para las personas religiosas. Que eran todas o casi todas en esos tiempos. La biblia dice que el hombre fue creado a imagen de dios, si los humanos y los monos están relacionados implicaría esto que los monos también fueron creados a imagen de dios, dedujeron los botánicos.
El botánico alemán Gmelin fue uno de los que más se molestó con la relación del hombre con los simios. La respuesta dada por Linneo, en 1747, muestra un apego a los hechos, algo propio de un científico:
“Se que no le parece que haya colocado al hombre dentro del grupo Antropomorpha, pero el hombre aprende a conocerse a si mismo. No hay que objetar sobre las palabras. Será lo mismo para mí el nombre que se aplique. Le pido a usted, y a todo el mundo, que me muestre un carácter genérico que consienta operar una distinción entre el hombre y el simio antropomorfo. Seguramente no conozco ninguno y quisiera que se me fuera indicado alguno. Pero si hubiera nombrado hombre a un simio, o viceversa, habría sido puesto en el bando por todos los eclesiásticos. Puede ser que como naturalista no haya podido proceder de modo distinto de como lo hice”
El clero también se hizo oír. El solo hecho de clasificar al hombre junto con los simios le valió una acusación de impiedad por parte del arzobispo luterano local. Cabe aclarar que Linneo nunca propuso que el ser humano evolucionó de seres simiescos. Esta idea demoraría más de un siglo en surgir. De hecho Linneo era un creacionista convencido. Su lema era “Dios crea y Linneo ordena”.
Sin embargo, el orden que trajo Linneo creó dos preocupaciones teológicas. La primera era que al poner al hombre en el mismo nivel como los monos o simios reduciría el hombre la posición espiritual más elevado que se supone en la "gran cadena del ser", y segundo, dado que la Biblia afirma que el hombre fue creado a imagen de Dios, y si los monos, los simios y los humanos no fueron claramente diseñados por separado eso significaría que los monos y los simios fueron creados también a imagen de Dios. Los teólogos, que venían de tener problemas con la astronomía, empezaron a tener problemas con la biología.
El carácter especial de la humanidad fue analizado por Linneo y en su obra “Dieta Naturalis” lanzó esta reflexión: “Uno no debería descargar su ira sobre los animales. La teología afirma que el hombre posee un alma y que los animales son meros autómatas mecánicos. Pero yo creo que es mejor sostener que los animales poseen alma y que la diferencia es de nobleza”
En la décima edición de Systema Naturae, publicada en 1758, Linneo usa por primera vez el término primate. El término “primates” fue usado para designar al grupo al que pertenecía el ser humano, los simios y los lémures. Primate significa “primeros”. Linneo clasificó al resto de los mamíferos en el grupo “secundates” o segundos, y el resto de los animales en un grupo llamado “tertiates” o terceros. Demostrando que la clasificación de los animales es claramente antropocéntrica. Una influencia del concepto de “la gran cadena del ser” de Aristóteles.
Los grupos “secundates” y “tertiates” desaparecerían de la literatura científica con el tiempo, así como lo hicieron las ilustraciones erróneas de los grandes simios. Para inicios del siglo XIX ya se distinguían claramente, en muchas ilustraciones de naturalistas, a los gorilas, chimpancés y orangutanes.
Los primates se caracterizan por tener un pulgar oponible en alguna de sus extremidades o en ambas, visión binocular, clavículas presentes y articulaciones del hombro y el codo bien desarrolladas entre otras características. Sin duda somos primates pues tenemos las anteriores características. Como respondió Linneo a Gmelin: no importa como llamemos a este grupo, la realidad es que estos organismos tienes en común las mencionadas características anatómicas.
A Linneo le debemos el nombre científico de nuestra especie: Homo sapiens. Pero resulta curioso que en 1758 Linneo denómino al chimpancé Homo troglodytes, que significa hombre de las cavernas. El resto de monos los clasificó dentro del género Simia. Después se descubriría que el chimpancé no es troglodita, es decir que habita cavernas. Además se colocó en un género aparte, Pan. Hoy en día nuestros parientes vivos más cercanos se conocen como Pan troglodytes.
Otros personajes que ayudaron a comprender los grandes simios en el siglo XVIII fueron Buffon, Cuvier, Audebert. Todo esto influyó también en la explicación evolutiva del hombre dada por Lamarck.
El francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707 -1788) aceptó la idea que podía darse cierto cambio limitado dentro de las especies, y fue un gran defensor de la escala natural.
En Francia, Buffon continuó la publicación, iniciada en 1749, de los cuarenta y cuatro volúmenes de su monumental Histoire naturelle générale et particulière avec la description du Cabinet du Roi. El decimocuarto volumen de la obra, fue dedicado a los simios; el texto, acompañado de bellísimos grabados originales, muestra una gran atención en describir cada especie de simio conocida “ya que cada renglón es importante en la historia de un bruto que tiene una semejanza tan grande con el hombre”. Afirmó Buffon.
Las especies de simios descritas por el naturalista francés son cuatro: el orang-outang “de la gran especie” o pongo, el “de la pequeña especie” o jocko, el piteco y el gibón. Buffon solo había podido examinar un ejemplar adulto de gibón. La descripción del piteco deriva de las antiguas observaciones de Aristóteles y Galeno sobre un simio sin cola particularmente parecido al hombre.
El jocko de Buffon corresponde al animal descrito por el marinero inglés Andrew Battell como engeco, y que hoy conocemos como chimpancé común.
Buffon representó al jocko o chimpancé como un simio totalmente bípedo. Buffon tampoco tenía una idea muy clara sobre el orangután. Parte de sus descripciones se mezclan con las del chimpancé y llegó a considerar a los chimpancés como individuos jóvenes de orangután.
Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) quien se dedicó a la paleontología de invertebrados, no tuvo que ver con el conocimiento de los primates. Pero si propuso la primera teoría evolutiva basada en el uso y desuso de órganos, que hacía que las futuras generaciones desarrollaran mejor estos órganos. Lamarck fue un precursor de la idea de la “transmutación” de las especies y trajo a la palestra la idea de que las especies no permanecían inmutables.
A Lamarck también se debe la idea de que el hombre evolucionó de seres simiescos, y no a Darwin, como se cree. Sin embargo, la idea de Lamarck fue desestimada y contó con la oposición del talentoso George Cuvier.
En 1798 el naturalista francés George Cuvier, conocido también por ser el padre de la paleontología y la anatomía comparada, llevó a la imprenta la obra “Tableau élémentaire de l’histoire naturelle des animaux”, primer esbozo del fundamental Le règne animal que veinte años después habría representado una síntesis de los conocimientos zoológicos de la época. En el Tableau, Cuvier ubicó entre los simios antropomorfos al orang-outang, el chimpancé, el gibón y el wouwou (otra especie de gibón). Sólo en la segunda edición de 1829 de Le règne animal, Cuvier consideró, con alguna duda, que los Pongo y los Orang-outang eran el mismo animal. Fue el anatomista Richard Owen, quien aclaró definitivamente, en 1835, que los grandes simios de Borneo no eran más que individuos de orang-outang.
Saliéndonos un poco de los simios y yéndonos a la paleontología cabe mencionar que Cuvier postuló la hipótesis catastrofista. Según esta, las faunas conocidas por el registro fósil se reemplazaban tras violentos cataclismos. Cuvier fue un defensor del fijismo que invoca que las especies no evolucionan sino que permanecen fijas.
En 1799 el naturalista francés Jean-Baptiste Audebert realizó la primera ilustración fiable de un chimpancé y un orangután. Al primero lo identificó como “pongo” y el segundo como “jocko”
Solo hasta finales del siglo XVIII se logró distinguir entre chimpancés, orangutanes y gorilas. Antes de de esto los términos pongo, engeco, y orang-outang se utilizaban de forma indistinta para el chimpancé el orangután y el gorila.
En las primeras décadas del siglo XIX la obra de Buffon había sido modificada para que no hubiese referencia a las idea del rigen simiesco propuesto por Lamarck. También con el fin de contrarrestar estas ideas se hizo énfasis en las diferencias conductuales de simios y humanos. El orden de los primates se dividió en "cuadrumanos" y "bimanos" reservándose este último grupo para el hombre. Esta idea que fue propuesta por el fijista Cuvier en 1798 y ratificada por el antropólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach .
Rayando el siglo XIX el naturalista Étienne Geoffroy Saint-Hilaire se percato que “los monos” (Infraorden Simiiformes) podrían dividirse en dos grandes grupos: Los catarrinos y los platirrinos. Ya en 1812 se tenía claro que cada grupo tenía características anatómicas particulares. Los platirrinos, son los monos del continente americano. Geoffroy notó que los platirrinos poseen narinas anchas, tres premolares, sin tubo auditivo y contacto entre los huesos zigomático y parietal a los lados del cráneo. Los catarrinos, que son los monos y simios de África y Asia, presentan narinas angostas, dos premolares, tubo auditivo, y contacto entre los huesos frontal y esfenoides. El hombre sin duda hace parte del grupo de los catarrinos, lo que sin duda haría pensar a más de un naturalista de porque el hombre comparte tantos rasgos anatómicos con los catarrinos y los simios africanos en general.
De los grandes simios, los orangutanes fueron clasificados en su propio género, Pongo, en 1799 por el zoológo francés Bernard de Lacépède. Le siguieron los chimpancés que fueron clasificados en el género Pan, en 1816 por el zoológo alemán Lorenz Oken, y ya en 1852 el gorila fue clasificado en el genero Gorilla por el zoológo alemán Isodore Geoffroy Saint-Hilarie, hijo de Étienne Geoffroy, el que dividió los simiiformes en platirrinos y catarrinos.
Linneo nunca afirmó que el parecido entre el hombre y los grandes simios se debían a que comparten un ancestro en común en el pasado. En su tiempo se creía que el mundo era muy joven. No mayor a diez mil años. No se conocían homínidos fósiles, y a nadie se le había ocurrido una explicación científica, y por lo tanto no religiosa, para los orígenes humanos.
Retrocediendo en esta narración, cabe recordar que en 1695 el dramaturgo inglés William Congreve escribió: «Nunca podría mirar a un mono largo rato sin caer en humillantes reflexiones». Sin duda que estas “humillantes reflexiones” incluyen suponer que el ser humano podría considerarse un simio mas grande y mas inteligente. Este tipo de reflexiones se harían más comunes después del trabajo de Linneo, y del descubrimiento de los grandes simios.
El biólogo Ernst Haeckel afirmó que la pregunta sobre el origen humano comenzó a gestarse con Linneo. Ya la pólvora de las similitudes anatómicas estaba servida, solo faltaba la chispa que encendiera la mecha. Esa chispa de genialidad vendría con Darwin, y la explosión sucumbiría el estatus de creación especial en el que la religión colocó al humano.
(Ir a la Parte 2: Develando la monada del hombre)
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ResponderEliminarFelicidades por el post, por ser realmente ilustrativo y didáctico.No sólo es interesante desde una visión de la historia de la ciencia, sino también como un análisis del sesgo cultural y los prejuicios históricos. Creo que debieran anexar esta entrega a los artículos del sitio principal de sindioses, porque valen la pena. Espero que te animes a realizar una segunda entrega próximamente. Saludos desde México.
Nuestro origen? Aun la entropía es un problema para la evolución y siguen diciendo que existió. JAJAJAJA.
ResponderEliminarAnimalito mío, yo sé que en las iglesias no enseñan ciencia, pero antes de hablar de entropía deberías aprender un poco.
ResponderEliminar* La tierra no es un sistema cerrado. La luz del sol (con baja entropía) la alumbra, y el calor (con entropía mayor) radia de ella. Este flujo de energía, y el cambio de entropía que lo acompaña, puede causar y causa reducciones locales en la entropía de la Tierra.
* Entropía no es lo mismo que desorden. A veces ambos se corresponden, pero a veces el orden aumenta cuando la entropía aumenta. La entropía puede usarse incluso para producir orden, por ejemplo al ordenar moléculas por tamaño.
* Incluso en un sistema cerrado, pueden formarse zonas localizadas de entropía menor si se compensan con entropía incrementada en otra parte del sistema.
En resumen, en la tierra se produce orden a partir del desorden todo el tiempo.