He aquí la segunda parte de la serie de escritos "El despertar a nuestro origen"
(Para ir a la primera parte "El descubrimiento de los primos evolutivos")
Parte 2 - Develando la monada del hombre
Al despuntar el siglo XIX los europeos contaban ya con el conocimiento de la existencia de los grandes simios, y entre los naturalistas resultaba inquietante el parecido del humano con los chimpancés, gorilas y orangutanes, llamados por entonces colectivamente como cuadrumanos. Esto llevó al naturalista francés Jean Baptiste Lamarck a plantear, de manera hipotética, que el hombre hubiese evolucionado de un simio.
La bomba herética fue lanzada en la obra “Filosofía Zoológica”, que fue publicada en 1809.
Dice el naturalista francés en su último capítulo:
“Si el hombre no se hubiera distinguido de los animales más que en su organización, resultaría fácil mostrar que los caracteres de organización que se emplean para formar con sus variedades una familia separada, son todos el producto de antiguos cambios en sus acciones y de los hábitos que ha adquirido, hábitos que han llegado a ser particulares de los individuos de su especie. Efectivamente, si una raza cualquiera de cuadrúmanos, sobre todo la más perfeccionada de ellas, perdiera, por la necesidad de las circunstancias o por cualquier otra causa, el hábito de trepar a los árboles y de asir las ramas con los pies, como con las manos, para colgarse de ellas, y si los individuos de esta raza se vieran obligados, durante varias generaciones, a no utilizar sus pies mas que para andar, y cesaran de utilizar sus manos a modo de pies; no hay duda [...] que estos cuadrúmanos se transformarían finalmente en bímanos, y que los pulgares de sus pies dejarían de estar separados de los otros dedos, con lo que dichos pies les servirían sólo para caminar. Además, si los individuos a los que me refiero, movidos por la necesidad de dominar, y al propio tiempo de ver a lo largo y a lo ancho, se esforzaran en mantenerse de pie y adquirieran constantemente este hábito de generación en generación; no hay duda tampoco de que sus pies irían ganando de forma imperceptible una conformación propia para mantenerlos en una postura erguida, que sus piernas adquirían pantorrillas, y que estos animales apenas podrían caminar con los pies y las manos al mismo tiempo. Por fin, si esos mismos individuos dejaran de valerse de sus mandíbulas para morder, desgarrar o atrapar [...] tampoco hay duda de que su ángulo facial iría aumentando, que su hocico se acortaría de forma gradual, y que cuando éste finalmente desapareciera, sus dientes incisivos serían verticales.”
Sospecho que para sus adentros Lamarck consideraba el origen simiesco de la humanidad más que una simple hipótesis. También queda claro que Lamarck propuso como mecanismo evolutivo “la necesidad”. La evolución era para Lamarck una tendencia "interna" que respondía a la necesidad. De hecho, muchas personas en la actualidad piensan que así opera la evolución.
La propuesta de Lamark se basaba en la influencia del medio. Para él la adaptación era resultado del grado en que los organismos usarán sus órganos (Ley del uso y del desuso). Un uso continuado de un órgano produce su crecimiento y un desuso prolongado provoca su disminución. Por otra parte Lamarck propuso la "Ley de los caracteres adquiridos", según la cual las modificaciones creadas por los distintos grados de utilización se transmiten hereditariamente a su descendencia. Esto conllevaría a la postre que los órganos muy utilizados se desarrollarán mucho, mientras que los que no se utilicen tenderán a desaparecer.
Hoy sabemos que la "ley del uso y el desuso" es incorrecta. Los genes que controlan el desarrollo embrionario son los responsables de los cambios de tamaño o forma de una estructura, pero previo a esto hay una mutación que altera el plan corporal. Y lo que "guía" el cambio evolutivo es la selección natural, en la mayoría de los casos. La ley de los caracteres adquiridos es errónea porque el grado de uso de un órgano no pasa a la descendencia. Solo pasan los genes. Por más que a los niños judíos se les circuncide, no hará que las futuras generaciones nazcan sin prepucio; o por más que un hombre se ejércite en el salto con pértiga, no tendrá hijos más altos.
Para que se postulase la selección natural, con su exquisito complemento entre variabildad, lucha por los recursos, reproducción diferencial y adaptación, faltarían cuarenta años.
Lamarck también consideró que el chimpancé, llamado entonces Simia troglodytes, es el animal “más perfecto” por su gran parecido al humano (lo que nos muestra el antropocentrismo de entonces). Al finalizar su obra Lamarck reconoce que el humano podría haber tenido un origen evolutivo como el resto de los animales:
“Tales serían las reflexiones que se podrían plantear si el hombre, considerado aquí la raza preeminente en cuestión, no se distinguiera de los animales más que por las características de su organización, y si su origen no fuera diferente del de éstos”
Si bien es cierto que Lamarck no propuso un mecanismo comprobable y válido para el cambio evolutivo, si logró hacer popular la idea de la evolución biológica, y de los orígenes simiescos del ser humano. Ideas que pudieron abrirse camino en el siglo XIX.
En el mismo año que Lamarck publicara su "Filosofía Zoológica" nacía Charles Robert Darwin.
Luego, en 1820 se imprimió en Francia una obra llamada "l’Abrégé de l’histoire générale des singes" par M. Leclerc de Buffon. Este libro está dedicado exclusivamente a los cuadrumanos. El capítulo final lanza una crítica ácida hacia aquellos que albergaban ideas evolucionistas y sobre el origen animal del hombre. Para ello se hace hincapié en la carencia de la razón de los grandes simios, a los que se refiere como “brutos”, pasando por alto las similitudes anatómicas, que son precisamente las que sembraron la idea del origen humano a partir de los simios.
“Hemos llegado al final de la historia de estos animales cuya vista desde el primer instante hizo nacer en nuestro espíritu un sentimiento de humillación. Antes que nada, nos pareció entrever en el bruto un rival de nuestra especie, pero reingresando en nosotros mismos esta idea se desvaneció súbitamente y nos dimos cuenta que el simio no tiene sino la forma material del hombre, no es más que un animal de instinto apenas superior al de los otros cuadrúpedos, y no tiene más que una máscara de la especie humana. Llenos de reconocimiento nos postramos frente a este Ser Supremo que nos compenetró de un soplo divino, y que no ha donado más que a nosotros de una pequeña porción de su sublime inteligencia. ¡La razón! Esta palabra impone silencio a todos aquellos miserables que, olvidando la dignidad de su augusto carácter, o más bien fingiendo desconocerla, quisieran con todas sus fuerzas nulificar esta majestad que recibimos del Autor de la Naturaleza. Que paren de remendarnos las semejanzas de organización […] Y así, siempre existirá entre nosotros y el simio, que se nos presenta como una excelente copia de nosotros mismos, una distancia inmensa de la cual ningún razonamiento podrá nunca evaluar la identidad, y el simio no podrá más que remedar nuestra especie”.
“Simple remedo y que paren ya de señalar las semejanzas anatómicas”. Estos eran los argumentos de los creacionistas de antaño, y también de los de ahora.
Pero las similitudes anatómicas seguían despertando sospechas de relación de parentesco. Ya por 1844 el inglés Robert Chambers publicó la obra “Vestigios de la Historia Natural de la Creación” en el que contempla la posibilidad de evolución entre las especies y argumenta que el hombre y los monos tienen un antepasado en común. Sin embargo, como el ambiente cultural era adverso a cualquier herejía que desdijera del lugar privilegiado del ser humano, Chambers publicó su obra de manera anónima. Después de la publicación de “Vestigios…” los conservadores hicieron una caza de brujas tratando de descubrir quien había sido el miserable (recuerde la cita anterior de "l'Abrégé...") que había escrito semejantes blasfemias. Chambers estuvo en la lista de sospechosos pero permanecería en silencio sobre su obra hasta 1884.
Chambers expone en su obra que el registro fósil muestra una secuencia, que es acorde a la evolución. Bueno, él no usó esa palabra. Lo cual es cierto. Pero falló al afirmar que el registro fósil mostraba una tendencia a la perfección, por lo que deducía que esta tendencia es una ley natural. Hoy sabemos que no hay una tendencia hacía el progreso, sino que simplemente la adaptación es resultado de la selección natural.
Cuando Chambers publicó sus “Vestigios…” se preguntó porque las especies tienen características en común con otras especies de forma tal que se pueden agrupar de la forma expuesta por Linneo. Las similitudes anatómicas se deberían a que las especies comparten ancestros en común. Mientras mayor sea el parecido anatómico más recientemente vivió este antepasado común, y a menor parecido más lejano el antepasado común. Obviamente esta idea llevaría a deducir que los simios africanos son los parientes más cercanos del humano, seguidos del resto de monos del Viejo Mundo. En esto Chambers acertaría.
En este contexto se formó Charles Darwin, quien para 1844 ya había gestado la teoría de la evolución por selección natural, pero que no se había animado a publicar.
Después de viaje alrededor del mundo como naturalista (1831-1836) Darwin recogió muestras de muchos organismos, incluidas las tortugas y pinzones de las islas Galápagos. Ya en Londres las aves fueron estudiadas por el ornitólogo John Gold y las tortugas por el paleontólogo y anatomista Richard Owen, quienes, a principios de 1837, le aseguraron que en cada grupo había especies distintas. Darwin sabía que estas especies pertenecían a islas diferentes y empezó a sospechar que las especies no eran inmutables.
Ya para marzo de 1837 año empezó a poner por escrito sus ideas sobre la transformación de las especies. En septiembre de 1838 leyó el libro del economista político Thomas Malthus “Ensayo sobre el principio de la población”, publicado por primera vez en 1798. Malthus exponía la idea de que la humanidad estaría en una gran crisis debido al aumento de la población; en el futuro no habría alimentos para todos y entonces comenzaría una lucha por la supervivencia. El libro también hacía referencia a las poblaciones de plantas y animales, afirmando que todas las especies tienden a procrear más allá de los recursos disponibles, de forma que sólo una parte de la descendencia puede sobrevivir. Esta fuente inesperada le dio a Darwin una idea con la cual poder proponer el mecanismo evolutivo. Darwin también notó que existe variabilidad dentro de una especie. Por aquel entonces no se conocía nada sobre genética, pues Mendel estaba encerrado en un convento y su trabajó saldría hasta 1866, lo que le habría servido mucho a Darwin. Pero al combinar en su mente la variabilidad dentro de una especie, la competencia por los recursos y la reproducción diferencial, Darwin gestó la idea de la selección natural.
En palabras de Darwin la selección natural se podría resumir diciendo que:
“Existen organismos que se reproducen y la progenie hereda características de sus progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de una población en crecimiento. Entonces aquellos miembros de la población con características menos adaptadas (según lo determine su medio ambiente) morirán con mayor probabilidad. Entonces aquellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente”.
Darwin durante su viaje en el Beagle realizó la lectura de la obra del geólogo Charles Lyell, que le mostró que en la Tierra podían existir cambios graduales que se desarrollarían a lo largo de grandes periodos de tiempo. Darwin llevaría esta idea de la geología a la biología, además que en un mundo de millones de años y no de 6000 años había espacio para la evolución.
Previendo la oleada de críticas, tal como ocurriera con las obras de Lamarck y más recientemente con Chambers, Darwin reunió la mayor cantidad de pruebas antes de lanzar su teoría. Se valió del registro fósil, la anatomía y embriología comparada, la biogeografía, y el estudio de la acción de la selección artificial en plantas y animales domésticos. A diferencia de Chambers y otros, Darwin tiene el merito de haber planteado no solo la evolución de las especies sino de proponer la selección natural como mecanismo para que esta se de.
Darwin no solo argumentó que la evolución por selección natural era la responsable del origen de las especies de cucarrones y orquídeas, sino que también los seres humanos son fruto de los mismos procesos que formaron a las demás especies.
Para 1844 Charles Darwin había acabado su esquema sobre la evolución de las especies. Pero no se animó a publicarlo hasta que en 1858 el naturalista Alfred Russell Wallace envió un ensayo a Darwin en el que consideraba que las especies evolucionaban por el mecanismo de la selección natural. Darwin asombrado por el descubrimiento de Wallace y temiendo que este se llevase la originalidad de la idea decidió exponer su teoría, en unos ensayos de 1844, junto con el ensayo de Wallace. Darwin había vacilado mucho en publicar su teoría, por temor a lastimar a su esposa que era muy creyente. En alguna ocasión llegó a escribir que publicarla equivaldría a "confesar un asesinato"
Wallace se preguntaba si Darwin tocaría el origen del ser humano en la obra que preparaba sobre el origen de las especies. Darwin le respondió en 1857 “Creo que pasaré por alto hablar del tema. Está tan rodeado de prejuicios. Aunque concuerdo con usted en que es el problema mayor y el más interesante para los naturalistas”
Darwin trabajó para resumir su teoría y finalmente el 24 de noviembre de 1859 “El Origen de las especies” vio la luz. Tal como se lo comentó a Wallace "El Origen" no habla de la evolución humana. Terminando la obra tan solo dice “Se arrojará mucha luz sobre el origen del hombre y su historia”.
Pero a pesar que Darwin no habló de la evolución humana, todos sabían que se podía inferir de "El origen" la descendencia del humano de los monos. Ya sea porque leyeron la obra de Darwin, o porque tenían conocimiento de lo anteriormente planteado por Lamarck o el anónimo autor de "Vestigios..."
Para mostrar el revuelo social que causó la obra de Darwin, la historia ha preservado las palabras de la esposa del obispo de Worcester: "¡Descendientes de los monos! ¡Esperemos que no sea cierto, pero, si lo es, recemos para que no se sepa!"
El tema de la evolución humana será tratado por Darwin en 1871 en la obra “El Origen del Hombre”. En esta obra queda manifiesto que Darwin recurrió a la anatomía y embriología comparada, lo que lo llevó a deducir el origen común del hombre y los grandes simios.
He aquí algunas reflexiones sobre anatomía comparada:
"[...] Las orejas de los chimpancés y orangutanes son singularmente parecidas a las del hombre, [y] no sabemos decir por qué estos animales, como los antepasados del hombre, han perdido la facultad de enderezar las orejas. [...]" (pp. 11-12)
"[...] conforme han demostrado el doctor Struthers y otros, existen en el húmero del hombre vestigios de este pasaje [—abertura supracondiloidea de los cuadrúmanos]." (pp. 14-15)
La embriología comparada también le dio luces a Darwin:
"[...] El embrión humano, en un período precoz, puede a duras penas distinguirse de los otros miembros del reino de los vertebrados. [...] El corazón, por ejemplo, no es al principio sino un simple vaso pulsátil; efectúanse las deyecciones por un pasaje cloacal; el hueso coxis sobresale como una verdadera cola, [...]." (p. 9)
Pero Darwin también notó que los monos y humanos son susceptibles a enfermedades similares lo que también implicaría una similitud en sus sistemas:
"El hombre puede tomar de animales inferiores, o comunicarles a su vez, enfermedades tales como la rabia, las viruelas, etc., hecho que prueba la gran similitud de sus tejidos, [...]. Los monos están sujetos a muchas de nuestras enfermedades no contagiosas. [Por ejemplo: catarros, tisis, apoplejías, cataratas]" (p. 7)
La etología o comportamiento animal también fue una rama en la que Darwin incursionó. El naturalista inglés mostró un gran interés por las habilidades de los primates no humanos:
"Se ha dicho con frecuencia que ningún animal se sirve de herramienta; pero, en estado de naturaleza, el chimpancé rompe, con auxilio de una piedra, un fruto indígena de cáscara dura parecido a una nuez. Habiendo Rengger enseñado a un mono americano a abrir de este modo una clase de nueces, se servía éste luego del mismo procedimiento para hacerlo con otras clases, así como con las cajas. Del mismo modo arrancaba la delgada piel del fruto, cuyo gusto le desagradaba. Otro mono, al que le habían enseñado a abrir la cubierta de una gran caja con un bastón, se servía después del bastón como de una palanca para mover los objetos pesados, y yo mismo he visto un orangután de escasa edad hundir un palo en una grieta, y después, cogiéndolo por el otro extremo, convertirlo en una palanca también. [...] Un mono del Zoological Garden, cuyos dientes eran débiles, rompía las avellanas con una piedra, y según me dijeron los guardianes, el animal, después de haberse servido de la piedra, tenía la costumbre de esconderla entre la paja, y se oponía a que mono alguno se la tocase. [...]" (pp. 32-33)
"[...] Sabido es que el orangután cubre su cuerpo por la noche con hojas de Pandanus, y Brehm ha visto que uno de sus babuinos tenía la costumbre de resguardarse del calor solar poniéndose una estera en la cabeza. Los monos antropomorfos, guiados probablemente por el instinto, se construyen plataformas transitorias. En las cumbres de esta clase podemos ver un paso dado hacia algunas de las artes más simples, principalmente la de los trajes y arquitectura grosera, tales como han debido aparecer entre los primitivos antepasados del hombre." (p. 34)
En cuanto a las diferencias en las capacidades mentales entre simios actuales y humanos, Darwin ve una diferencia de grado, que pudo verse incrementada gradualmente desde el antepasado simiesco de la humanidad:
"Comparto enteramente la opinión de los autores que admiten que, de todas las diferencias existentes entre el hombre y los animales más inferiores, la más importante es el sentido moral o la conciencia" (p.47)
"[...] por considerable que sea la diferencia entre el espíritu del hombre y el de los animales más elevados, es sólo, ciertamente, una diferencia de grado, y no de especie. [...]" (pp. 73-74)
"[...] aun cuando las facultades mentales del hombre difieren inmensamente de las de los animales que le son inferiores, difieren sólo en grado, pero no en naturaleza. Por grande que sea una diferencia de grado, no nos autoriza para colocar al hombre en un reino aparte, [...]." (p. 142)
"[...] Es, pues, muy probable que las facultades intelectuales del género humano se han perfeccionado gradualmente por selección natural. [...]" (p. 119)
Darwin combinó la información de la anatomía comparada, base de la clasificación de los primates, para ubicar al ser humano entre los primates catarrinos (los monos y simios de África y Asia):
“Al formar sobre este punto juicio relativo al hombre, debemos estudiar con algún detenimiento la clasificación de los simios. Esta familia ha sido dividida...en el grupo catarrino...y en el grupo platirrino... Ahora bien, el hombre, sin género alguno de duda, por su dentadura, por sus orificios nasales, y varios otros respectos pertenece a la división de los catarrinos.... Resulta pues en consecuencia que el hombre es una rama del árbol simio del Antiguo continente...” (p. 207)
Y luego añade:
“Ahora bien, siendo tan grande el parecido del hombre con los catarrinos, cuyo tronco está en el Antiguo continente, se debe concluir, por más que esto hiera nuestro amor propio, que los progenitores del hombre pudieron con gran propiedad clasificarse entre las especies designadas...” (p 210)
Darwin se lanzó a predecir como sería el aspecto del ancestro simiesco humano:
"[...] Los primeros antecesores del hombre tenían, sin duda, cubierto el cuerpo por completo de pelos, siendo barbudos ambos sexos, sus orejas eran puntiagudas y movibles, estaban provistos de una cola mal servida por músculos propios. [...] El pie, a juzgar por el estado en que se presenta el pulgar en el feto, debía ser entonces prensil, y nuestros antecesores vivían sin duda habitualmente sobre los árboles, en algún país cálido cubierto de bosques." (p. 162)
Concluye entonces Darwin que los anteriores hechos permiten deducir un ancestro común:
"[...] animales tan distintos entre sí, como un mono, un elefante, un colibrí, una serpiente, una rana, un pez, etcétera, hayan podido todos descender de unos solos mismos antecesores. [...]" (p. 159)
"[...] el hombre y todos los demás vertebrados han sido construidos según un mismo modelo general; [...]. Deberíamos, por lo tanto, admitir francamente su comunidad de descendencia, [...]." (pp. 17-18)
"[...] los monos catirrinos y platirrinos, con sus subgrupos, proceden ambas de algún antecesor extremadamente remoto. [...]" (p. 154)
Pero que Darwin se hubiese demorado años juntando pruebas no fue motivo para que los conservadores se abstuvieran de atacar a Darwin. El naturalista inglés se volvió objeto de burla en caricaturas de Darwin con cuerpo de mono, y los anglicanos conservadores lo vieron como el mismo diablo (aunque a diferencia del diablo Darwin si existía). Darwin en su casa de campo, y con su poca salud estaba aislado de la tormenta cultural. Charles Lyell, el geólogo que le influyó, y Thomas Henry Huxley eran algunos de sus amigos que lo animaron. Huxley defendería y debatiría a favor de la evolución biológica. Por esta razón se llegó a conocer como el bulldog de Darwin.
Darwin predijo que los restos de antepasados simiescos se hallarían en África, y su modelo de la evolución humana planteaba que primero evolucionaría la postura bípeda y luego vendría la encefalización. Con el tiempo el registro fósil daría la razón a Darwin.
Resulta curioso que Alfred Wallace, codescubridor de la selección natural, haya considerado que la evolución produjo todas las especies, pero no la humana. Para Wallace la selección natural no podría crear el cerebro que hace cálculos matemáticos, que crea sinfonías o poesías. Wallace se encogería de hombros e invocaría a Dios como creador de la humanidad.
Wallace también desechó la idea de la selección sexual. Una variante de la selección natural en al que en la búsqueda de pareja se seleccionan ciertas características, como la cola larga del pavo real o las mejillas con tejidos fibrosos y de grasa en los orangutanes. La selección sexual explica porque algunas especies tienen características que los ponen en desventaja frente a los depredadores, al señalar que aumentan las probabilidades de que se reproduzcan.
Darwin afirmó que la selección sexual era responsable de la pérdida del vello corporal en la especie humana. Hoy se adjudican a la selección sexual las características que hacen diferentes a los sexos en nuestra especie, como los senos redondeados femeninos o el mentón en los varones.
Volviendo a la oposición que tuvieron las ideas evolutivas en tiempos de Darwin es importante recordar un episodio que encarnan la lucha entre las ideas evolutivas y creacionistas: El debate de Thomas H. Huxley y el obispo Wilberforce en 1860.
Huxley era un excelente zoólogo y anatomista. En 1863 había publicado la obra “Evidences as to Man’s place in nature” en el que mostraba los esqueletos de los grandes simios y el hombre argumentando que estos tienen un antepasado común.
El bulldog de Darwin estaba en abierta oposición con Richard Owen, un eminente paleontólogo y anatomista que consideraba que la selección natural no era un mecanismo evolutivo, aunque consideraba que las especies si podían evolucionar. Owen creía que el hombre no podía estar emparentado con los simios, porque estos últimos carecían de estructuras cerebrales como el hipocampo. Cualquier persona que sepa de anatomía podrá notar que Owen estaba errado.
Inicialmente Huxley no deseaba debatir públicamente con el obispo Wilberforce, pero fue alentado por varias personas, una de ellas Robert Chambers,, quien a la fecha mantenía oculto el hecho de ser el autor de “Vestigios…”
El excelente orador Samuel Wilberforce, era el paladín de Richard Owen, quien decía que Huxley era “el defensor del origen del hombre de un mono trasmutado”. Días antes del debate Huxley y Owen habían hablado del tema y Huxley comentó que lo importante del asunto era llegar a la verdad y los hechos, y que para él no habría problema alguno conocer que uno de sus ancestros había sido, por ejemplo, un gorila.
Ya el día del debate, el 28 de junio de 1860, Wilberforce atacó la evolución y utilizó la información proporcionada por Owen. El obispo finalizaría su discurso preguntándole a Huxley: “¿Preferiría entonces el Sr. Huxley descender de un mono por parte de padre o por parte de madre?”
Esta declaración dio pie a Huxley para iniciar su intervención con una declaración cortante: “…preferiría ser familia de un simio que de un hombre como el propio obispo, que utilizaba tan vilmente sus habilidades oratorias para tratar de destruir, mediante una muestra de autoridad, una discusión libre sobre lo que es o no verdad”.
Huxley hizo referencia a una característica de la ciencia, de que los argumentos de autoridad carecen de valor y que lo importante son las pruebas. El bulldog de Darwin recalcó es que las similitudes entre los grandes simios y el ser humano eran mayores que lo que se pensaba entonces. El bando de Huxley ganó el debate, lo cual fue un logro notable, teniendo en cuenta lo conservadora que era la Inglaterra victoriana.
Pero Huxley fue más allá. Realizó disecciones en el cerebro de un gorila y demostró que estos simios si poseían hipocampo. La estructura del sistema nervioso que Owen creía exclusiva del ser humano. Owen, que no era amigo de bajar la cabeza y reconocer que se había equivocado, se enemistaría con Huxley para el resto de su vida.
Después de “El Origen del Hombre” y “Evidences as to Man’s place in nature” estaba ya armada la herejía contra la creación especial del ser humano. El descubrimiento de los grandes simios, los estudios anatómicas de los simios de Edward Tyson y Nicolaes Tulp, la clasificación de los seres vivos de Linneo, y los subsiguientes ajustes de Étienne Geoffroy e Isidore Geoffroy, abonaron el camino para emparentarnos con los monos y simios.
Lamarck y Roberts se abordaron el “problema mayor y más fascinante de los naturalistas”, el origen humano, pero no tenían un mecanismo viable. Solo hasta que llegó Darwin todas las piezas del rompecabezas cayeron en su sitio. La selección natural es un mecanismo natural muy simple que explica el aparente diseño de las cosas vivientes. La selección natural deja de lado las explicaciones naturales y hace del origen de las especies y sus adaptaciones un fenómeno natural más.
Todo el trabajo de Darwin lo llevaría a destronar al hombre de su posición especial. El biólogo Ernst Haeckel lo llamaría con razón “el Copérnico de la Biología”. Demoledoramente, para el estatus de creación especial del hombre, Darwin diría:
"[...] el hombre «no es más que una de las diversas formas excepcionales de los primates»."
Muy bueno el artículo, pues pone en evidencia todo el contexto que circundaba a las ciencias biológicas antes de que Charles Darwin escribiera "El Origen de las Especies" y la relevancia que tuvieron Lamarck y Chambers en el desarrollo de la biología evolutiva; autores que Darwin probablemente leyera y le sirvieran de inspiración. Tal vez si hubiera una tercera parte el autor pudiera encaminar la temática hacia el neodarwinismo, pues la teoría evolutiva parece nunca querer quedarse estática.
ResponderEliminarSolamente una pregunta, en el artículo se menciona que "Lamarck no propuso un mecanismo para el cambio evolutivo" pero ¿la hipótesis de los caracteres adquiridos no era precisamente eso aunque haya estado equivocada?
Felicitaciones por el trabajo, espero que haya más fanáticos de la biología o de la historia de la ciencia que puedan apreciarlo tanto. Muchos saludos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAlrik: Tienes razón y he corregido. "Si bien es cierto que Lamarck no propuso un mecanismo comprobable..." Dice ahora.
ResponderEliminarMuchas gracias.