Enormes y brillantes se alzan con
imponencia en par de estatuas de los líderes norcoreanos de la familia Kim en
Piongyang, mientras reciben con reverencia la visita de miles de ciudadanos que
las honran con una devoción casi religiosa.
La escena que parece recordar a faraones
y césares del pasado, más que evocar la grandeza de un liderazgo suscita la
tristeza de ver el triunfo del pensamiento único. Muchos podrán creer que el
infortunio de la alienación mental está restringido al norte de la península de
Corea o alguna remota aldea de Afganistán controlada por talibanes. Pero no es así. El pensamiento único sigue
haciendo de las suyas en todo el mundo generando una gran traba para el
progreso de la humanidad.
La posibilidad de cuestionar,
rebatir y contradecir son esenciales en una democracia, no solo porque son una
expresión de la libertad, sino porque solo así se avanza como sociedad. En
cualquier grupo humano la discrepancia es buena para el crecimiento. Pero,
infortunadamente, las comunidades que ven en sus postulados la revelación única
y final son cada vez más numerosos y abarcan desde los fundamentalismos
religiosos y políticos hasta el sinsentido del barrismo fanático futbolero.
En las ideologías que presentan
el modelo perfecto, la moral definitiva, la doctrina incuestionable y el camino
al cielo, se esconde la imposición, la exclusión y el sectarismo. En los países
con procesos de alfabetización pobres y donde el pensamiento crítico no está
muy extendido las banderas del pensamiento único son llevadas principalmente
por las religiones organizadas.
Tras el paso arrollador del
pensamiento único religioso queda la división maniquea de la sociedad en buenos
y malos, fieles e infieles, creyentes verdaderos y apóstatas. Los muros que se
levantan entre esas divisiones están hechos del prejuicio y la falta de
pensamiento escéptico.
Ejemplo de tales muros se puede
ver en religiones como la de los Testigos de Jehová que prohíben el trato,
llegando en casos hasta el saludo, con aquellos miembros que han abandonado la
congregación. Convergencias, aunque a menor escala, con la forma como tratan
las dictaduras a los disidentes políticos.
Pastor evangélico Javier Soto |
Recientemente hemos presenciado
que tras el terremoto de Chile y el incendio en Valparaiso ha salido el pastor
Javier Soto a los medios de comunicación afirmando que tales desastres son
resultados de que hay en curso un proyecto de unión civil para parejas del
mismo sexo. Para él, y sus feligreses no hay placas tectónicas, no vale afirmar
que otras naciones tienen matrimonio igualitario y no han sucumbido a la
aniquilación, o que los terremotos han estado sobre la Tierra desde hace
millones de años. No, para ellos eso no vale. El pensamiento único no escucha
razones.
Ken Ham y Pat Robertson difieren en sus creencias creacionistas. Ambos ignoran las evidencias. |
Pastora María Luisa Piraquive, líder y profeta de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional. |
El pensamiento único, que presume
ser el verdadero y más perfecto, curiosamente huye convenientemente del debate.
Las recomendaciones a los creyentes para que no lean fuentes diferentes a las
oficiales o que entablen amistad con “mundanos” están a la orden del día. La
decimonónica líder adventista Elena G. de White se lamentaba de la educación
científica en los siguientes términos:
Hay peligros igualmente grandes en el estudio de la
ciencia, según se acostumbra a realizarlo. En las escuelas de cualquier grado…
se enseña la evolución… que tiende a inspirar incredulidad.”[i]
Más recientemente la revista Atalaya, de los Testigos de
Jehová, aconsejaba a no asistir a la universidad:
“¿Qué ambiente se respira en la mayoría de las universidades de este
mundo? ¿Verdad que suelen ser foco de descontento social y político, y se
caracterizan por la inmoralidad y los excesos? (Efesios 2:2) En contraste, la
organización de Jehová ofrece la mejor educación en el pacífico ambiente de la
congregación cristiana.”[ii]
Pero el “pacífico ambiente
cristiano” que piden los religiosos es un ambiente estéril. Es el conformista
entorno en el que ya todo está dicho, las grandes cuestiones solucionadas, en
el que se prohíbe pensar por fuera del molde. Es la fórmula de la receta que
puede sumir a una sociedad en un barbarismo talibán o en el atraso científico
que vivió Occidente antes del renacimiento.
Bien decía Estanislao Zuleta,
filósofo y ateo colombiano:
“En lugar de desear una filosofía llena de
incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de
dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por
caudillos que desgraciadamente sí han existido.
Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito
original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos
regresar a él.[iii]
El recurso de salvaguardar el
pensamiento único contra la insidiosa crítica lo han encontrado los clérigos en
el pecado inexistente de la blasfemia. Con frecuencia se pide la censura de los
librepensadores que han criticado abiertamente las religiones organizadas, sus
líderes o sus supuestos libros sagrados porque se hieren los sentimientos
religiosos o simplemente porque son blasfemos. Las ideas políticas y económicas
son cuestionadas a diario en los países libres sin que político alguno diga que
tal acción es pecaminosa. Pero en el caso de la religión el rasero es
diferente. Frente a la imposibilidad de defender aquello que es completamente
subjetivo y carente de sustento racional la censura es la mejor solución.
En la tierra del libre examen no
hay una moral objetiva y perfecta. Las grandes cuestiones morales de la
sociedad deben analizarse críticamente y tenerse en cuenta los nuevos
conocimientos que provee la ciencia, así como la filosofía y los derechos
humanos. Temas como la eutanasia, el aborto, el matrimonio entre parejas del
mismo sexo o la prohibición como estrategia válida en la lucha contra las
drogas, se deben analizar con pensamiento crítico. Lo último que se necesita en
estos temas es traer a colación un libro de otras épocas presuntamente revelado
para pedir el cese de la discusión. Pero, formar una sociedad crítica requiere
trabajo, un esfuerzo que individuos y gobiernos no están dispuestos a hacer, ya
sea por mediocridad o conveniencia. Creer es más fácil que pensar.
En conclusión, el idílico mundo
del pensamiento único, muy común aunque no exclusivo del universo religioso,
que ofrece al ciudadano las grandes preguntas de la vida y la moral ya
resueltas son un facilismo que a la postre resulta negativo y peligroso para la
sociedad porque la estanca, genera discriminación y quita al ser humano su
cualidad más valiosa que es la de poder pensar por sí mismo.
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