Un ensayo de Luís Gonzalez de Alba publicado en el diario mexicano Milenio
Los creyentes en diversas religiones, sobre todo las derivadas del Dios bíblico y sus pruebas, castigos y premios, están siempre mostrándonos a los ateos que todos los grandes científicos han sido creyentes. Los más citados son Galileo, Newton y por supuesto Einstein (“Dios no juega a los dados”, “los secretos del Viejo” y otras frases).
En el Journal Sociology of Religion viene un estudio realizado en 275 científicos de las universidades más importantes de Estados Unidos. La investigación fue conducida por Elaine Howard Ecklund y un equipo de la Universidad Rice. Encontraron que más del 20 por ciento de los científicos autodescritos como ateos expresaban alguna forma de espiritualidad.
“Los científicos sostienen que religión y espiritualidad son cualitativamente diversos”, dice la investigadora. Estos ateos espirituales buscan un núcleo de verdad que les resulte consistente con su trabajo científico. Por ejemplo, ven tanto la ciencia como la espiritualidad en términos de buscar significados sin fe, una búsqueda individual de significado que no concluye. La espiritualidad está abierta al trabajo científico, mientras que la religión exige comprar el paquete con absoluta falta de evidencia.
El astrónomo Owen Gingerich tiene un hermoso ensayo en los Great Books de Britannica: La angustia de Kepler y las dudas de Hawking: Reflexiones sobre teología natural. Tres siglos, del XVI al XIX, vieron caer las grandes verdades proclamadas por la fe: este mundo es defectuoso, decían, pero los cielos son perfectos, y el cuerpo perfecto es la esfera, luego (y sin más pruebas) la Luna y los planetas son esferas; pero bastó un rudimentario telescopio para derrumbar esa afirmación: la Luna tenía montañas cuya sombra variaba según la posición del Sol, descubrió Galileo; las órbitas planetarias no son círculos sino elipses en las que los planetas barren áreas iguales en tiempos iguales, así la velocidad debe acelerar al aproximarse al sol y desacelerar al alejarse, publicó Kepler con temor; Newton, sobre los hombros de esos gigantes, relacionó las leyes de Kepler y la caída de una piedra.
Kepler perdió preciosas horas tratando de meter sus modelos de los cinco sólidos perfectos, o platónicos, unos en otros para explicar las órbitas que luego tendrían solución matemática elegante y sencilla; Newton dedicó páginas a la alquimia (que sus veneradores desearían perdidas). Dice Gingerich, creyente, en el ensayo citado: “La razón por la que admiro a los bioquímicos ateos es que ellos no se rinden”, siguen proponiendo ingeniosos caminos por los que efectos catalíticos de la química hacen más probable la aparición de la vida. Se dicen: “No huyamos a lo sobrenatural, no retrocedamos del laboratorio”.
La investigación de Rice encuentra que “la espiritualidad permea tanto el pensamiento religioso como el ateo. No es un sí o no.” Esto significa que las preguntas humanas básicas, como “por qué estoy aquí” se pueden ver desde una perspectiva atea. Los científicos encuestados describieron la religión como “organizada, comunal, unificada y colectiva”. Los términos para describir espiritualidad fueron “individual, personal y construida de forma personal”. El científico ateo reconoce que la naturaleza impone límites. Para entender sólo tenemos el cerebro. No hay revelaciones.
En el número de Scientific American por aparecer, un magnífico artículo se dedica a los límites de la inteligencia. “Las neuronas humanas —y en particular sus largas colas llamadas axones— podrían estar ya en (o cerca de) sus límites físicos.” Para tener cerebros más inteligentes necesitamos mejorar el equipo y es ya poco lo que se puede hacer: cuando una neurona dispara, envía una señal eléctrica por su axón hacia otras neuronas. La señal viaja al abrir canales de iones en la membrana del axón. Así cambia el voltaje que cruza la membrana. “Axones más delgados ahorrarían espacio y consumirían menos energía. Sin embargo, la naturaleza parece haberlos hecho ya tan delgados como es posible”: más delgados y producirían señales eléctricas por sí mismos, “ruido”.
El último Science también habla de límites: los de la materia ordinaria. La materia de la que estamos hechos consiste de átomos con protones y neutrones en el núcleo y electrones en torno. Protones y neutrones están formados por tres quarks. La fuerza que los une, la fuerza fuerte (hay la débil), una de las cuatro bien conocidas en el universo, para ser vencida exige condiciones de alta energía, como las del famoso Gran Colisionador de Hadrones en la frontera franco-suiza. Simulaciones teóricas basadas en la cromodinámica cuántica (“cromo” porque a falta de palabras para las características del quark se le asignan “colores”) predicen la temperatura necesaria para la transición a quarks libres El equipo de Sourendu Gupta ha mostrado que los experimentos están en notable acuerdo con la teoría.
De cómo los ricos vuelven a serlo luego de perderlo todo con la Revolución: Olga (Planeta, 2010).
¿Y usted qué piensa?
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