Texto de Andrés Candela
Publicado inicialmente en El Tiempo
Para Martín Lutero, su máximo sueño era pisar Roma, estar bajo el cielo de la Ciudad Santa y regocijarse con un “inmaculado” ambiente que él imaginaba como una constante comunión con Dios en toda la ciudad. Pero su sueño se transformó en desazón: en Roma, los sacerdotes competían con los mercaderes vendiendo indulgencias y lugares en el cielo que la gente compraba de forma impulsiva, sin ninguna muestra de arrepentimiento o reflexión. Y, así, continuaremos acumulando siglos de experiencias –después de San Martín y Lutero–, pero jamás seremos capaces de identificar el mensaje de un místico porque nuestros instintos confiarán más en el bullicio de la secta; la zalamería del pastor con todo su recital de versos, versículos y salmos, mientras ajusticiamos nuestras justas conciencias.
¡¿Qué puede ser más sucio, ruin, mezquino, codicioso, deshonesto y burdo que un enajenador pastor de garaje?! ¡¿Pero qué puede ser, también, más triste y deplorable que una persona enceguecida y anulada por las “gloriosas” palabras de su amado pastor?! Sin embargo, ¡que el diezmo nunca se te atrase!
El misticismo es –para mí– un don, un logro construido a pulso porque... Y lo vuelvo a repetir: soy un hombre de insoluta condición, mas sigo a Dios sin vergüenzas en mi corazón mientras mi indomable condición de hombre se burla de mí. Pero es por eso por lo que admiro al místico capaz de orar con la total inadvertencia de su entorno circunstancial; y –además– ¡sin anhelos de condenar, juzgar ni evangelizar! Sus propios defectos le son ya una pesada catedral como para hacer de las desgracias de los demás un suculento evangelio de frivolidad.
Pero no seamos tan triunfalistas en materia de catecismo social, porque estoy seguro de que la piedra que hoy me tentó irá para muy pronto regresar: las palabras que hoy juzgamos, satisfechos, de “retrasadas e inapropiadas” fueron nuestro credo de ayer; nuestros fanatismos nunca han sido una brújula orientadora; es decir, nos burlamos de lo que ayer rezamos y mañana rezaremos para implorar perdón por nuestras burlas, y en tan sinuoso ciclo llegaremos a la vejez con la inconciencia e inmadurez propias de la primera edad. ¿Me equivoco...?
El engaño de un falso pastor, en cualquier secta o religión, tranquiliza, solivianta, maravilla, ¡pero siempre envicia! Porque su discurso está elaborado para generar acción sin ninguna reacción. Ellos se ofrecen con complacencia a la contemplación, pero esta “falsa contemplación” no le ofrece al individuo una absoluta libertad, no le permite pensar por cuenta propia, ni lo dejará explorar su “libre albedrío” y, más allá de sus “tranquilizadoras palabras”, solo hay “infiernos y tentaciones”. Los mismos en los cuales muchos de ellos viven, duermen y se revuelcan mientras se burlan de los temores del incauto.
Tinta es lo que sobra con este tipo de historias, pero nunca dejaremos de asombrarnos ni de hacernos las preguntas más complejas para unas declaraciones tan anodinas; no obstante, allí –en medio de lo ridículo de las afirmaciones y la marea de juicios virtuales– se revive un antiquísimo vértigo ético, moral, conceptual y –además– teológico: las doctrinas de fe manipuladas e interpretadas por contrabandistas y mercachifles que pululan ante nuestro peor mal social: ¡la falta de educación!
P. S. De Óscar Wilde a Bosie: “...en esta carta ha de haber mucho que hiera tu vanidad en lo vivo. Si así fuera, vuelve a leerla una y otra vez hasta que mate por completo tu vanidad”.
Andrés Candela
@andrescandla
Para Martín Lutero, su máximo sueño era pisar Roma, estar bajo el cielo de la Ciudad Santa y regocijarse con un “inmaculado” ambiente que él imaginaba como una constante comunión con Dios en toda la ciudad. Pero su sueño se transformó en desazón: en Roma, los sacerdotes competían con los mercaderes vendiendo indulgencias y lugares en el cielo que la gente compraba de forma impulsiva, sin ninguna muestra de arrepentimiento o reflexión. Y, así, continuaremos acumulando siglos de experiencias –después de San Martín y Lutero–, pero jamás seremos capaces de identificar el mensaje de un místico porque nuestros instintos confiarán más en el bullicio de la secta; la zalamería del pastor con todo su recital de versos, versículos y salmos, mientras ajusticiamos nuestras justas conciencias.
¡¿Qué puede ser más sucio, ruin, mezquino, codicioso, deshonesto y burdo que un enajenador pastor de garaje?! ¡¿Pero qué puede ser, también, más triste y deplorable que una persona enceguecida y anulada por las “gloriosas” palabras de su amado pastor?! Sin embargo, ¡que el diezmo nunca se te atrase!
El misticismo es –para mí– un don, un logro construido a pulso porque... Y lo vuelvo a repetir: soy un hombre de insoluta condición, mas sigo a Dios sin vergüenzas en mi corazón mientras mi indomable condición de hombre se burla de mí. Pero es por eso por lo que admiro al místico capaz de orar con la total inadvertencia de su entorno circunstancial; y –además– ¡sin anhelos de condenar, juzgar ni evangelizar! Sus propios defectos le son ya una pesada catedral como para hacer de las desgracias de los demás un suculento evangelio de frivolidad.
Pero no seamos tan triunfalistas en materia de catecismo social, porque estoy seguro de que la piedra que hoy me tentó irá para muy pronto regresar: las palabras que hoy juzgamos, satisfechos, de “retrasadas e inapropiadas” fueron nuestro credo de ayer; nuestros fanatismos nunca han sido una brújula orientadora; es decir, nos burlamos de lo que ayer rezamos y mañana rezaremos para implorar perdón por nuestras burlas, y en tan sinuoso ciclo llegaremos a la vejez con la inconciencia e inmadurez propias de la primera edad. ¿Me equivoco...?
El engaño de un falso pastor, en cualquier secta o religión, tranquiliza, solivianta, maravilla, ¡pero siempre envicia! Porque su discurso está elaborado para generar acción sin ninguna reacción. Ellos se ofrecen con complacencia a la contemplación, pero esta “falsa contemplación” no le ofrece al individuo una absoluta libertad, no le permite pensar por cuenta propia, ni lo dejará explorar su “libre albedrío” y, más allá de sus “tranquilizadoras palabras”, solo hay “infiernos y tentaciones”. Los mismos en los cuales muchos de ellos viven, duermen y se revuelcan mientras se burlan de los temores del incauto.
Tinta es lo que sobra con este tipo de historias, pero nunca dejaremos de asombrarnos ni de hacernos las preguntas más complejas para unas declaraciones tan anodinas; no obstante, allí –en medio de lo ridículo de las afirmaciones y la marea de juicios virtuales– se revive un antiquísimo vértigo ético, moral, conceptual y –además– teológico: las doctrinas de fe manipuladas e interpretadas por contrabandistas y mercachifles que pululan ante nuestro peor mal social: ¡la falta de educación!
P. S. De Óscar Wilde a Bosie: “...en esta carta ha de haber mucho que hiera tu vanidad en lo vivo. Si así fuera, vuelve a leerla una y otra vez hasta que mate por completo tu vanidad”.
Andrés Candela
@andrescandla
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