“La gente tiene sus propias ideas sobre lo que está bien o lo que está mal, pero lo que importa es lo que sienta Jehová”, afirma contundentemente la madre. Así, procede a explicar a su hija que el matrimonio debe estar formado por un hombre y una mujer, pues “Jehová creó a Adán y Eva, varón y mujer, y le dijo al hombre que se uniera a su esposa. Lo mismo dijo Jesús”.
Como su hijita insiste en que quiere que su amiguita también sea feliz y vaya al cielo, como ella, la madre le da un ejemplo de por qué eso no será posible mientras sus madres sean lesbianas. “Es como cuando vas en un avión. ¿Qué pasa si alguien quiere llevar algo en el avión que no está permitido?”, a lo que la niña contesta:“¡que no puede viajar!”. “¡Exacto!”, prosigue la madre, “es lo mismo con Jehová, quiere que seamos su amigos, y que vivamos para siempre en el cielo, pero tenemos que seguir sus normas para alcanzarlo”.
La aleccionadora conclusión que la entusiasta madre ofrece a su expectante hija es la siguiente: “Para ir al cielo debemos dejar atrás algunas cosas, lo que incluye todo aquello que no apruebe Jehová. La gente puede cambiar, por eso debemos compartir este mensaje”. La niña entonces afirma convencida, con el mismo desbordante entusiasmo, que hablará a su amiguita del paraíso, de los animalitos y, subrepticiamente, de cómo Jehová no aprueba el “estilo de vida” de sus madres, y que deben dejar de ser lesbianas si quieren salvar sus almas, puesto que pueden cambiar. La madre, llena de orgullo por tener una hija que aprende el fanatismo y la intolerancia con tanta rapidez, le replica: “¡eso es genial!”.
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