(Ampliamente circulado en Internet. Originalmente del blog Psicofonías, de Psicobyte)
Estoy completamente a favor del permitir el matrimonio entre católicos. Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo. El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales.
Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, o la defensa a ultranza de sus ministros pederastas o de sus arzobispos perseguidos por delitos económicos, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, o las insinuaciones de zoofilia entre una mujer y un palomo, puedan incomodar a algunos. E incluso el que no hayan condenado su pasado bañado en la sangre de víctimas a las que llamaban, según la época, infieles, herejes, rojos o liberales; o espolvoreado con las cenizas de científicos, curanderas (brujas) o simples enfermos mentales.
Pero todo eso no es razón suficiente para impedirles el ejercicio del matrimonio.
Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas.
También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por “el qué dirán” o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.
Tampoco debemos juzgarlos si creen que la mujer es inferior al hombre, e indigna, por ejemplo, de ejercer el magisterio dentro de su secta o iglesia. Y aunque eso violente un principio básico de cualquier constitución civilizada, no por ello debemos ser con ellos tan estrictos como ellos intentan ser con los demás.
Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma, no es más que una forma un tanto ruin de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.
Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente del que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: También estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.
Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente del que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: También estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.
Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo de “¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!”. Veo ese tipo de críticas y respondo: Si bien es cierto que a los hijos de católicos, y al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad, los inscriben en su secta sin que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin consultarles, y sin poder borrarse después, violentando la Ley de Protección de Datos, con el fin de obtener beneficios fiscales de difícil justificación, ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.
Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.
En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.
Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales.
¿Y usted qué piensa?
Pobres católicos, también tienen sus derechos. Aunque yo antes de matrimonio, votaría por una unión civil...
ResponderEliminarExelente...
ResponderEliminarEl autor es Alan Psicobyte y publicó este texto el 18 de octubre de 2004:
ResponderEliminarhttp://www.psicobyte.com/?modo=permalink&codigo=20041018200200
A ver, todo bien con el matrimonio entre católicos, o sea, que cada uno comparta su vida privada con quien quiera. Ahora, que adopten, eso me parece una abominación, o sea, sori, pero los derechos de uno terminan cuando empiezan los derechos del otro. O sea, pobre pibe. Y los derechos del niño? Un niño tiene derecho a pensar libremente sin que lo amenacen a permanecer una eternidad siendo torturados en el infierno. Un menor indefenso, que no tiene su ideología formada, obviamente se verá perjudicado psicológicamente frente a estas amenazas. No es sano. Propongo unión civil entre católicos.
ResponderEliminarMuy interesante ... lo imprimire y lo pondre como anuncio en mi trabajo ^_^
ResponderEliminarCreo que el autor es el de este blog http://www.psicobyte.com/?modo=permalink&codigo=20041018200200
ResponderEliminarmuy buena la nota, pero es claro que hay una diferencia los gays no tiene un pasado de sangre, como si lo tiene ln los católicos, es mas los gays siempre han dido victimas de los católicos, pero de todos modos yo diria ¿ que pasa con los chicos abandonados que no los adopta nigun matrimonio normal?, ¿no seria mejor que ya que nadie los adopta, los adopte un matrimnio "católico"? aunque no sea normal, pero que les de amor y los saque de la calle, donde seguramente de no se asi terminaran delinquiendo
ResponderEliminarEn realidad, no es buena idea que los adopten católicos (o creyentes de ninguna fe, ya que estamos): les llenarían la cabeza de estupideces desde muy niños. Si tuviera que elegir, como mínimo los padres deberían ser agnósticos :D
ResponderEliminarMatrimonio si, adopción no. ¡Pobres chicos! ¡Estar expuestos a estas personas y al ambiente donde viven aumenta la probabilidad de que salgan católicos como los padres! El libre pensamiento de la humanidad se extinguiría si permitimos ellos se reproduzcan. La religión no es normal ni natural. Y ni hablar de las burlas que tendrían que soportar los niños en el colegio por tener amigos imaginarios.
ResponderEliminarNo al matrimonio entre catolicos, acabara con la humanidad a corto plazo!!!!!!!! y creo que mi argumento tiene mas peso que el que usa la iglesia contra los matrimonios gay: si la iglesia dice que el matrimonio es para tener todos los hijos "que dios les mande", eso provocara sobrepoblacion, se agotaran los recursos naturales, y la humanidad se extinguira, vaya, di no a los matrimonios catolicos!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarDeberían de registrarlos y ponerles algo así como una matricula, llevar un control de la población, esterilizarlos y educarlos. Y lo digo en serio.
ResponderEliminar“(…) se sabe que al principio aquella ardiente tendencia de los sexos entre sí fue instituida por un Creador muy sabio, no para saciar un deseo vacío, pues si se aspiraba a eso únicamente se iba a suscitar una situación muy repugnante y una confusión máxima en el género humano” (Pufendorf, De los deberes del hombre y del ciudadano según la ley natural).
ResponderEliminar“El Amor se ocupa de la reproducción, uniendo a los varones con las mujeres de modo que engendren una buena raza, y se ríen de nosotros, que cuidamos las razas caninas y equinas, y no nos ocupamos de la nuestra” (Campanella. La Ciudad del Sol).
“La pluralidad de las mujeres conduce, ¡quién lo diría!, a ese amor que la naturaleza reprueba, porque una disolución arrastra consigo otras” (Montesquieu, El Espíritu de las Leyes).
“De estos enlaces sin reflexión, o dictados por intereses mal entendidos, no pueden esperarse sino uniones desgraciadas, desaciertos continuos, frecuentes desórdenes y una generación sin vigor” (Barón d’Holbach, Del amor conyugal).
“...renunciando a ese trato con otros hombres, a matar intencionadamente a la especie humana, a sembrar en rocas y piedras donde nunca la semilla podrá arraigar ni tomar su propia y fecunda naturaleza” (Platón, Leyes).
“... y cuando quieras saber si lo que pides responde a un deseo natural o a una ciega codicia, examina si puede detenerse en algún punto: si habiendo avanzado un gran trecho, siempre le queda otro más largo, ten por seguro que tal deseo no es natural” (Séneca, Epístolas morales a Lucilio).