Lo reproduzco a continuación:
El blog Sin dioses propone que el 24 de noviembre sea el Día del Orgullo Primate, un día “para reivindicar nuestra pertenencia al grupo de los primates, y nuestro origen evolutivo”. La fecha se eligió por que es el aniversario de la publicación de la obra seminal de Charles Darwin, El origen de las especies, y del trascendental descubrimiento de “Lucy”, el más completo fósil de Australopithecus afarensis. Se puede expresar apoyo a esta celebración en un grupo de Facebook a tal efecto.
Y no se trata meramente de un día de difusión de la teoría evolutiva, ni tampoco un día para comportarse como un mono. Permítaseme explicar lo que pienso.
Comparto con muchas personas el sentimiento de curiosidad, deleite y diversión al observar monos, sean monos sudamericanos con cola o chimpancés africanos, gorilas o titíes, los flacos y negros monos araña o los gordos orangutanes color naranja o canela, en vivo o por televisión. Yo sé lo que veo en ellos. Pero ¿lo saben los demás?
Para los europeos que los vieron por primera vez al colonizar África y América, deben haber sido toda una sorpresa. No puedo ni imaginar qué habrán pensado los primeros humanos modernos al (re)encontrarse con ellos. Antes de Darwin, el obvio parentesco que nos une debe haber sido inconscientemente suprimido por la necesidad de no vernos reflejados en los primates “inferiores”. En vez de ver nuestra ascendencia, veíamos en ellos un remedo de nosotros, amos del mundo y pináculo de la Creación. Entiendo que mucha gente, un siglo y medio después de El origen de las especies y aun en esta época de reveladoras secuencias de ADN, sigue viéndonos y viéndolos así. Y no hablo de esos obtusos de Dios, de los ignorantes de proporciones bíblicas, que vienen un poco de nuestro pasado católico integrista, otro poco del moderno fundamentalismo de exportación norteamericano.
Ocurre que la mayoría de los seres humanos no tienen mucha idea de lo que significa la evolución, y eso incluye a los que supuestamente sí saben de qué se trata y “están de acuerdo” y “creen” en la evolución (como si se pudiera estar en desacuerdo con la realidad). La culpa de esto la tienen tanto la educación como las limitaciones de la imaginación propias de cada uno. Por eso es importante este Día del Orgullo Primate.
El día no se trata, claro está, de sentir orgullo por ser parte de una determinada estirpe animal. Mal puedo enorgullecerme de tener pulgares oponibles o un cerebro grande en proporción a mi peso corporal, ya que no he hecho nada para que fueran así, o para merecerlos. Como en el caso del “orgullo gay”, aquí no se trata de sentirse privilegiado o de ensoberbecerse, como sugiere la palabra, sino de reconocerse y afirmar lo que uno es, sin vergüenza ni medias tintas.
Somos primates, parientes cercanos de esos graciosos, desgraciados chimpancés de los circos de antaño, primos lejanos de los monos que aúllan en la alta fronda de la Amazonia, tataranietos de los mismos seres que engendraron a los huidizos lémures de Madagascar. Y nuestra herencia es aparente en cómo nos movemos, cómo gesticulamos, cómo copulamos, cómo compartimos nuestra comida, cómo mentimos y manipulamos, cómo nos seducimos, cómo nos unimos y cómo nos separamos.
Ahora bien, el hecho de que esta herencia nos sea común con animales que muchos consideran bestias irracionales, movidas por el instinto, nos fuerza a admitir que nosotros, los Homo sapiens, no somos seres superiores, y que nuestra civilizada sociedad y nuestras costumbres más caras no son fruto del raciocinio puro.
La novelista Ann Druyan (última esposa del difunto Carl Sagan) comentaba en 1997, al recibir un premio como “Heroína del Librepensamiento”:
¿Quién podría tomar en serio el derecho divino de los reyes después de observar la sociedad de los chimpancés y ver cómo todos los machos se humillan ante al macho alfa? […] La primera vez —después de que Carl y yo escribiéramos Sombras de antepasados olvidados, luego de años sumergiéndonos en la literatura científica sobre la organización social de los primates— que vimos un discurso sobre el Estado de la Nación, con el Presidente entrando y caminando por el pasillo y todos esos hombres tratando de que el Presidente los tocara, ¡[nos dimos cuenta de que] es exactamente la manera en que se comportan los chimpancés!
Por eso es que la ciencia es tan subversiva…Este descubrimiento nos trae humildad, que no humillación: la humildad de saber cuál es nuestro puesto en el esquema de la naturaleza, una humildad que no excluye el orgullo sino que lo complementa, lo equilibra, y nos permite reconocer y reconciliarnos con nuestros errores, nuestra propia estupidez, nuestras debilidades.
La clase equivocada de orgullo, que sostienen los que creen que somos creaciones especiales de una divinidad que hizo todo el universo en nuestro beneficio, no puede resistir ante el conocimiento de nuestra ascendencia y nuestros lazos con su azaroso pasado. Pero nos queda el muy correcto orgullo de pertenecer a una estirpe que ha prosperado, que se ha diversificado y que ha producido, por primera vez en la historia (hasta donde sabemos) individuos capaces de reflexionar sobre su propio origen: una estirpe que ha logrado ponerse a sí misma en su lugar.
¿Y usted qué opina?
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