Todos los argumentos éticos en contra del matrimonio y la adopción gay demuestran que el problema no está en los homosexuales, sino en los prejuicios en su contra y en la incapacidad de pensar la vida desde la diversidad. Por un lado, la mayoría de los argumentos de oposición son solo un velo que transparenta el llano rechazo a la homosexualidad.
Alegan, por ejemplo, que los niños criados por parejas gay se convertirán en homosexuales, argumento que solo funciona si se supone que la homosexualidad debe ser evitada. Esgrimen débiles argumentos naturalistas como que la única familia digna de reconocimiento es la conformada por hombre y mujer, en tanto solo ellos tienen la capacidad natural de procrear; argumento que no resiste la obvia objeción de que las parejas heterosexuales que no pueden o no quieren procrear no dejan por eso de ser reconocidas como familias. Prefieren no escuchar cuando se les advierte que la mayoría de los estudios científicos indican que no hay evidencia de que la crianza por una pareja homosexual afecte negativamente el desarrollo de los niños.
Dicen que al oponerse al reconocimiento de la adopción únicamente están preocupados por los intereses de los menores, pero ni siquiera por prudencia dejan de pregonar ante aquellos que tienen dos mamás o dos papás que sus familias no son familias, que la relación de quienes cuidan de ellos es anormal, y que la mayoría de las personas en este país rechazan su estilo de vida. Tampoco se preguntan qué tan bueno es para los menores cerrar opciones de adopción en un país en el que, según las cifras del ICBF, existen cerca de 4500 niños que por razones de edad, etnia, situación de discapacidad o por tener hermanos en la misma condición son de difícil adopción.
Por otro lado, algunos expresan su temor ante los efectos que puede tener para un menor el ser criado por dos mamás o dos papás en un contexto con altos niveles de discriminación social frente a los homosexuales. Tal vez se burlarían de él, o lo rechazarían. Pero, ¿quiénes lo harían? Con esto volvemos al mismo punto: el problema no son los homosexuales, sino los homófobos. Y el único modo de romper el círculo vicioso de la discriminación es eliminando desde ya los factores que lo reproducen.
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